Eran fiestas de Mayo y
como siempre estaba el puesto de los perritos calientes en la plaza Chica. Las
salchichas sobresalían del recipiente, este año estaban los big-hotdog y como
pueden imaginar me pedí uno completo, son mi debilidad.
Saqué la cartera para
pagar, el vendedor con prisas me puso el big-hotdog en las manos, que lío,
entre el tamaño del perrito y la salchicha que sobresalía medio metro por cada
costado del big-pan, no atinaba a sacar el billete, a mi lado escucho una voz
varonil que dijo, ¿te ayudo?
-Tierra trágame-,
pensé, era el chico del sindicato, el de ojos verdes, el que casi atropello
cada vez que bajo las escaleras corriendo, el que me produce vértigos, parece que está esperando a que cierre la
puerta y salga con prisas, ahí está él subiendo. Torpe de mí, se me cae el
perrito, la cartera, el dinero, gracias que él no temblaba como yo. Me ayudó a
recoger todo. Volví a pedir otro big-hotdog, esta vez lo cogió Fernando, así se
llama y pude pagar e irme con un gracias, ahogado de la vergüenza.
Ada. (12/04/19)