Los
dolores que producían esa enfermedad, se habían hecho cada vez más
insoportables. Se extendían por todo el cuerpo. Desde la cabeza, cuello,
espalda, brazos, piernas, dedos, estómago, pecho, hasta la piel y los ojos
dolían, cuando daba una luz fuerte para ella.
Primero
mandaron ibuprofeno, luego Diclofenaco, miles de antiinflamatorios.
Mari
por su propia cuenta, fue a médicos particulares, osteópatas, naturópatas,
todos con la misma repuesta, no sabemos cómo tratarlo.
Pasaron
a la Lírica, Tramadol, hasta llegar a la Morfina. Ésta en un principio fue la
solución, lograba calmar los dolores, por fin podía dormir. Seguía viendo ese
castillo de ilusiones en su vida, un poco lejos, eso sí.
Pero
el cuerpo, enseguida se acostumbró a la dosis y ya no se podía subir más.
Es
una enfermedad tan rara.
Día
tras día, sus fuerzas fueron menguando, los dolores más fuertes, como si de agujas
largas y afiladas se tratara, que atraviesan tu cuerpo por todas partes girando
a hurgar y torturar.
Así,
que un día sin pensarlo, quiso terminar con su calvario y liberarse de todas
esas agujas invisibles que tanto daño hacían.
Una
sobre dosis sería suficiente, por un momento sintió un gran alivio. Librarse de
todos esos males, cerró sus ojos y no despertó jamás.
Ada.
21/10/18 Para "El club de los Retos de Dácil"