jueves, 23 de enero de 2020

Delirios


Empiezo a escribir antes de que mi memoria me juegue una mala pasada.
Todo comenzó hace quince años, el trabajo, los problemas familiares, la muerte de mi padre en extrañas circunstancias, me llevaron a enfermar. Mi mente comenzó a saturarse tanto, que me molestaba todo ruido, coches, motos in soportables, las taladradoras, sierras y toda máquina de trabajo. Hasta la música llegó a estorbarme. Sí, a mí, que vivía por y para la música.
Pero llegó el día en que mi cerebro quiso ir por libre, mis oídos tenían zumbidos, no sabía si sonaban dentro o fuera de mi cabeza. Esos sonidos residuales que quedaban al salir del trabajo. Ya no se iban.
No pegaba ojo ni de día ni de noche. Las horas se iban haciendo eternas, podía ver cómo le costaba al segundero pasar de rayita a rayita, con un sonido ensordecedor.
Llegaba la noche, me iba a dormir, pero mis ojos no se cerraban. Terminaba levantándome y paseando por la casa. Paseo al salón, luego cocina, baño. Las horas pasaban pero no tenía sueño, el silencio no llegaba.
Han pasado tres días y casi sin comer, dormir, trabajando a alta velocidad, sin parar casi las ocho horas. La cabeza parecía que iba a reventar.
Esa tarde al salir del trabajo, me acerqué a la iglesia, tenía que intentar cualquier cosa que me relajase. Hinqué rodilla al suelo, les pedí a Dios y a la Virgen que me ayudasen.
Levanté la vista al altar, vi como el sagrario se abría y una luz brillante salía de él. Delante de mí, tres o cuatro bancos más, había un señor rezando y cuando vi la luz, el hombre se volteó y me miraba, pero no se atrevió a decir nada. No había nadie más en la iglesia. Yo volví a mirar al altar, la puerta del sagrario se cerraba, pero volvió abrirse e iluminarse. El hombre me miraba extrañado, pero sin decir nada.
Era ya tarde, me fui andando despacio a casa. El sonido de las máquinas y coches se oían cada vez más bajo, una voz me habló suavemente, me decía: -ten cuidado, no confíes, no te van a creer, mejor no cuentes nada.
Llegué a casa, preparé mis cosas para el día siguiente, una ducha, pijama y cena, pero no tenía hambre, ahí se quedó fría.
Mi mujer me miraba con mala cara: -este ya viene borracho, murmuró.
Pero ni una gota de alcohol había en mi cuerpo, hacía días que no bebía nada y eso que me invitaban algunos borrachillos a tomar algo, pero no se me apetecía.
Y como si los de mi alrededor estuviesen en mi contra, di las buenas noches y me fui a la cama, cuarta noche. Al igual que las demás mis ojos no se cerraban. Ya no entendía tan claramente la voz que me hablaba, pero me decía:- levántate, no hay que dormir, te están engañando, no te fíes.
Mi hijo se despertó al oírme pasear por la casa.
- ¿Otra vez no puedes dormir? Deberías ir al médico papá.
-Estoy bien.
Fui a la cocina, el reloj marcaba las dos de la mañana, lentamente el segundero daba su clic. Un vaso de agua pude tomar, creo que era lo primero que bebía en once horas.
Me senté en la silla que da a la ventana, con un libro de escultura que dejó mi hijo en la mesa y un paquete de galletas que intenté comer alguna, pero no bajaba. El cansancio me podía, ya empezaban a tropezar mis manos, y el vaso se me escapó de las manos, pero se rompió y desperté a María, recogí rápido como pude los cristales y me corté un dedo. María al ver sangre se asustó y en vez de echarme agua oxigenada cogió una botella de alcohol, -¡cómo escuece!
-¿Otra vez despierto Paco?
-No puedo dormir, escucha, mira lo que dicen.
- Anda ve a dormir, que yo también trabajo.
Ya daban las cuatro de la mañana, mi despertador sonaría en poco y yo sin pegar ojo.
Me asomé al balcón a coger aire y al final de la calle vi a alguien, salió de detrás de un árbol, se agachó y escavó en el paterre, me escondí por si me veía, pero algo enterró bajo ese árbol.
La voz volvía a mi cabeza, me decía que llamase a la policía y contara lo que vi. María que ya había recogido todos los restos de cristal de la cocina dijo:
-¿Qué haces ahí fuera con el frío que hace? hay dos grados bajo cero Paco, entra que te enfermarás.
Le dije que mirara al final de la calle, que ese hombre había enterrado algo. María me tomó de la mano mirándome con pena.
-No me crees ¿verdad?
- No hay nadie Paco.
- ¿No lo has visto?, escucha, ellos me dicen que es verdad.
- Vamos a la cama, mañana te acompaño al médico.
María me abrazó hasta que amaneció.
Ada. (12/01/2020) Para "El Club de los retos de Dácil"

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